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Apoyo general operativo: el cambio no se dará desde el puro discurso

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El financiamiento de proyectos específicos sigue siendo la norma para las fundaciones, aun a pesar de que en el mundo de la filantropía ya se ha reconocido que el apoyo operativo general es lo que las organizaciones quieren y necesitan.  Los donativos para proyectos específicos (o financiamiento restringido) se sustentan en el supuesto de que se podrá poner en práctica lo planeado para un proyecto. Sin embargo, rara vez las cosas avanzan sin problemas, y con el tiempo y los cambios inesperados es necesario adaptarse y hacer modificaciones.

Por lo general, las organizaciones buscan mantenerse apegadas al proyecto tal y como está escrito, por todos los medios a su alcance, pues realizar cambios a las actividades comprometidas genera la preocupación de afectar negativamente cómo son percibidas por sus donantes. Ésta es una de las preocupaciones centrales para las donatarias y los esfuerzos por seguir con el plan original les representan una inversión importante de energía y tiempo. A veces, estos esfuerzos tienen un costo alto para la organización y el staff, y pueden crear tensiones o estrés. En repetidas ocasiones, he observado que las organizaciones cambiarían por completo la ruta original si se les asegurara que no habrá repercusiones negativas en la relación con sus donantes.

Estoy segura de que mucha gente que trabaja en instituciones donantes ha experimentado circunstancias similares que les han mostrado cuán arduo puede ser para las organizaciones en determinados contextos trabajar con financiamiento para proyectos específicos.

Ya desde hace tiempo, en diferentes países, directoras y directores de muchas organizaciones de la sociedad civil han manifestado su preferencia por el financiamiento no restringido en contraste con los donativos para proyectos específicos y han planteado sus razones; también se ha acumulado una cantidad importante de evidencia que muestra la efectividad del apoyo operativo general. Numerosas personas han escrito acerca de este tema. Por citar un ejemplo reciente, en Hedging Against Unpredectability, Adriana Craciun, Asesora en Desarrollo Institucional y de Fortalecimiento de Capacidades en Fundación Oak, señala correctamente que, desde hace tiempo, se sabe (y se tiene documentado) en la comunidad de la filantropía que el apoyo operativo general es la herramienta más efectiva para ayudar a las organizaciones a desarrollar resiliencia, enfocarse en su misión (y no en la ejecución de proyectos individuales) y navegar la incertidumbre y cambios constantes en el contexto. A la excelente lista de Adriana, yo añadiría que el financiamiento flexible da a las organizaciones un recurso muy valioso y escaso: un respiro y holgura suficiente para usar la creatividad. Me encantaría ver lo que las organizaciones llegarían a crear si pudieran usar de otra forma el tiempo y la energía que actualmente destinan a cumplir con los entregables de un proyecto.

Las fundaciones ­—si no en todo el norte global, al menos en Norteamérica— parecen haber llegado al consenso de que el apoyo general es fundamentalmente mejor para las organizaciones que los donativos para proyectos específicos. Entonces, ¿por qué los donantes continúan con la práctica de destinar una mayor parte del apoyo a donativos para proyectos?

El Centro para la Filantropía Efectiva (CEP por sus siglas en inglés) investigó sobre esta cuestión justo antes de la ola de COVID-19. El CEP analizó información de diez años antes de la pandemia y encontró en los datos recabados que el apoyo operativo general representa únicamente 21 por ciento del total de apoyos provistos por donantes.[1] En su reporte New Attitudes, Old Practices: The Provision of Multiyear General Operating Support,el CEP halló que “de 202 CEOs y Oficiales de Programa de fundaciones que fueron encuestados, la mayoría (63 por ciento) piensa que el apoyo operativo general y los donativos plurianuales son medios efectivos para apoyar el trabajo de las organizaciones beneficiarias […]; sin embargo, la mayoría de los CEOs encuestados (81 por ciento) informaron que sus instituciones no tenían planes de incrementar la proporción de sus portafolios destinada al apoyo flexible.”[2] Esto muestra una gran discrepancia y demuestra que la brecha entre los valores y las prácticas en el campo de la filantropía existe y es significativa.

Uno de los hallazgos del informe que me resultó enigmático es que el equipo a cargo del estudio “no logró identificar obstáculos significativos que los y las directivos/as de fundaciones enfrenten para proveer o incrementar el otorgamiento de financiamiento operativo general multianual ”.[3] Para mí, esto amerita mayor investigación. Que exista tal desvinculación entre los valores en el discurso y las prácticas reales de las instituciones de filantropía es un indicio de que existen limitantes que no están siendo formuladas de manera explícita y que seguramente frenan las posibilidades reales de cambio. Me atrevería a apostar que parte de esta incongruencia proviene simplemente de la cultura institucional dentro de las fundaciones. En muchos casos, la explicación sobre por qué algunos procesos se realizan de cierta manera en realidad se reduce a “así es como lo hemos hecho durante décadas… y la instancia encargada de vigilar nuestro cumplimiento del marco regulatorio parece estar satisfecha con ello”. Por otro lado, es importante tomar en cuenta que no todas las organizaciones son iguales ante los ojos del Servicio de Impuestos Internos (la instancia encargada de supervisar el quehacer de las fundaciones en Estados Unidos): resulta que sí hay barreras específicas cuando se trata de organizaciones no lucrativas que no son instituciones de beneficencia pública (éstas son conocidas como organizaciones con el estatus 501c3 en el marco legal estadounidense). Estoy sorprendida de que las personas encuestadas para el estudio del CEP no mencionaran que existen obstáculos concretos dependiendo del tipo de organizaciones. Por ejemplo, las organizaciones sin fines de lucro basadas fuera de Estados Unidos no califican automáticamente como instituciones de beneficencia pública. Por lo tanto, es necesario un análisis específico (que debe iniciar la institución financiadora) para determinar si la organización en cuestión efectivamente califica para ser “equivalente de una institución de beneficencia pública”. A pesar de ser un inconveniente considerable, no es imposible de solucionar; el portafolio de muchas fundaciones estadounidenses (Hewlett y Ford, entre otras) cuentan con una parte importante destinada a apoyo general de organizaciones que se encuentran fuera de Estados Unidos, específicamente en el sur global. 

La emergencia por COVID-19 hizo más atractivos los donativos flexibles para los donantes de diferentes partes del mundo y mostró que las fundaciones podían hacer más accesible el apoyo general a sus donatarias. En marzo de 2020, cuarenta de las fundaciones más influyentes en Estados Unidos hicieron un llamado a la acción. Dos de los puntos más relevantes en la lista de medidas importantes fueron: transformar los donativos para proyectos específicos en apoyos flexibles, y lograr que los “nuevos donativos cuenten con las menores restricciones posibles”. Cualquiera que fuera la razón de ser de los donativos para proyectos específicos, ésta fue relegada a un segundo plano en la mayor parte de la segunda mitad de 2020.

El reporte del CEP se publicó en octubre de 2020, y las fundaciones ya están favoreciendo los donativos para apoyo operativo general -o por lo menos se han comprometido a favorecerlos-. Detecté algo de esperanza en el informe en el párrafo anunciando que un próximo “estudio independiente indagará si las prácticas han cambiado y cómo” a partir de la crisis sanitaria. No creo que la pandemia por sí misma estimule un cambio sostenible a largo plazo (tampoco creo que los investigadores del CEP afirmen eso).

Sólo habrá un cambio real y permanente si se da un esfuerzo proactivo y consistente por parte de los equipos que lideran las fundaciones. Quiero invitarles a quienes leen este artículo y colaboran con fundaciones y en el campo de la filantropía a hacer posible que el apoyo operativo general sea la norma y no la excepción, a partir de sumar sus ideas a una lista que estoy compilando. Las fundaciones que ya lideran el camino pueden compartir los pasos que sus instituciones tomaron para ayudar a que el apoyo general esté disponible para un mayor número de organizaciones. Me gustaría retarnos a pensar al menos en veinte de esas ideas prácticas. Empezaré la lista bajo #WalkTheTalk con un par de ideas generales; les invito a sumar las suyas:

  1. Comparte por lo menos una forma en la que tu institución concilia la tensión entre proporcionar apoyo operativo general y las metas de sus programas o estrategias de financiamiento.[4]
  2. ¿De qué forma resolvió el departamento legal en tu institución algunas de las interrogantes o preocupaciones en relación con aumentar el número de donativos de apoyo general para las organizaciones?

Agradezco a Sharon Bissell, Sofía Arroyo y Erin Sines por haber leído el primer borrador de este artículo y por su generosa retroalimentación. También agradezco a Clayton Conn por permitir que su fotografía “Malecón, La Habana” sea reproducida aquí.


[1] Centro para la Filantropía Efectiva, “New Attitudes, Old Practices: The Provision of Multiyear General Operating Support”, octubre de 2020, p. 15.

[2] Las entrevistas fueron realizadas durante varios meses, entre 2019 y los inicios de 2020. Ibíd., p. 6.

[3] Ibíd., p. 7.

[4] Muchos donantes proporcionan apoyo para proyectos por las métricas que están buscando alcanzar y los objetivos de sus estrategias.